Siempre los días traen algo que nos resuena, y nos hace pensar….
Esta semana es la señora María de la isla Chaulinec, la que sigue resonando.

Anciana silenciosa, sencilla, con sonrisa de escasos dientes. A sus 20 años salió de la casa de su padre a la casa de su marido, parió sin ayuda 9 hijos, a tres vio morir, con 8, 30 y 180 días respectivamente, fue “como hombre pal¨ trabajo, hachando, mariscando, sembrando papas, picando leña, creciendo críos”.
Su “hombre”, la golpeó toda la vida; con palabras, abandonos, alcoholizado y no, con palos, con puños, con sexo, con hambre. Había días, cuando “se ponía malo” que la expulsaba de la casa, ella con sus niños, subían al monte a pasar la noche, al amanecer una vez dormido, regresaban.
La conocí por su muñeca rota, venía a buscar algo para ese dolor de 3 meses que no pasaba, era la secuela de la última fractura que le dejó una golpiza, la última, pues hace 3 meses, ella lo dejó. María, a sus 73 años, y después de 50 años de matrimonio, lo dejó.

Y lo que me resuena, no son sólo sus golpes, sino su mirada, como un cuerpo de 73 años, puede tener unos ojos de recién nacida, unos ojos valientes, que decidieron, que ya!, que no más!, después de 50 años de maltrato, no aguantaría más, esos ojos, sin miedo, y en una extraña paz, anunciaban; hoy tengo de regreso mi dignidad, mi libertad.
Me asusta la violencia excusada en el amor, me asusta, porque está tan cerca y tan despiadadamente camuflada en valores como compasión, comprensión o cariño… y no es más que maldita violencia.
Me resuenan sus ojos, su extraña y desesperantemente tardía libertad. Me asombra, el tiempo, esa larga espera que una mujer aguanta, hasta comprenderlo.