Ayer visitamos el muelle del tiempo, nos recibió un pequeño Pudu goloso de pastizales, no sentía temor ni sorpresa de nuestra presencia.
Nos empapamos por el pangal, la lluvia nos lavaba la prisa y las expectativas de cómo deben ser los parajes perfectos, el agua, enseñándonos como siempre a adaptarnos y fluir. El Pacífico soberano se mecía en las rocas, salpicando el paisaje de gaviotas y bandurrias, un Cielo abierto de libertad.
El muelle del tiempo, alzándose en espiral como un portal para retornar a nuestro propio centro.
Entramos al tepuhueico vibrante de verdes, caminamos hasta la Catedral de arrayanes y desde el fondo, el río bravo, en un susurro rojizo de Tepu, perpetua su mantra, somos flujo y movimiento, somos, Permanente transformación.
Chiloé en su escenario bucólico y onírico, nos seduce con belleza y nos devuelve a la contemplación, a la fragancia del tiempo. Nos apacigua, nos salva, vence el apuro, nos conmueve.
Con un arcoiris, una nube, la lluvia o el viento, disipa las preocupaciones y nos conecta a lo eterno del instante; El presente.
Otro pudu distraído cierra el día, salimos de la espesura de Mañios, canelos y coigues y volvemos a casa.
Tras una sopa caliente y un campari amargo, cerramos la noche, ponemos cada quien, sus cartas sobre la mesa, brindamos por el amor, las propias fronteras, los pactos y eternidades… retornamos del muelle del tiempo a la vida. …bienvenido 2023 y al porvenir.
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