Confesiones II

Era apenas la primera copa de vino, recién había oscurecido y logramos sentarnos y conectarnos en el acostumbrado “salud”, ese con el que coronábamos siempre cada reencuentro. Empezábamos a sentir esa agradable sensación de estar comenzando un tiempo de reconocernos y ponernos al día. Y fue tras ese salud, en que tú, incontenible, saltaste!, saltase desde tus ojos y como una erupción tu alma asomó en tu boca, y confesaste tu verdad. Te oí, agradecida, profundamente agradecida, tú como en un festejo, saliste de ti, de tus disfraces y sombras, y fuiste por primera vez en muchos años, libre, libre y radiante. Hablaste sin dar tregua a tu garganta, dejaste que la voz se deshiciera en claras y absolutas verdades. Yo, yo apenas un testigo, alucinada oyéndote, agradecida por tu generosa honestidad….tu voz, tus ojos, tu luz, todo un fluido de fresca renovación y libertad. Saliste, saliste de tu secuestro para bailar tu fiesta en mi confianza, en mi silencio, en mi eterno silencio. Gracias.