domingo, 20 de abril de 2008

Puerto Eden

Vamos a traspasar las fronteras del archipiélago Williche, avanzaremos más profundo en nuestro sur, en los próximos días haremos una larga navegación, cruzaremos el golfo del Corcovado, el hostil Golfo de Penas, nos montaremos por horas en sus temidas olas de seis metros, finalmente entraremos a los canales patagones donde llegaremos a la XII región, descubriremos caleta Tortel, con sus pasarelas colgantes y los secretos de Puerto Edén donde iremos al encuentro de los últimos kawaskar, el más austral de nuestro pueblos navegantes originarios.
"Abuelo, hoy sé nunca fuiste Williche;
tu origen Chono o Kawaskar
no subió al bote el día
que robaron tu tierra y tu raíz.
Ahora entiendo la pena de tus ojos.
De tu origen navegando
en el gran cementerio
del Pacífico Sur.”
Graciela Huinao

5 comentarios:

Lanzarote dijo...

Envidia sana desde una biblioteca en España
Saludos

Ego dijo...

Insto a los mareos marítimos, que aparecen cuando a Neptuno le duele la cabeza, a que no se empeñen en fastidiar tu periplo aventurero. De la mar, poco que añadir: tiene demasiados amantes, de los que a veces se alimenta. Si encuentras en sus azules algún resquicio de dulzura, guárdalo en la cáscara de un caballito y nunca lo dejes libre.
El charco no es tan grande.
(B)esos

Rodrigo dijo...

"Necesito del mar porque me enseña:
no sé si aprendo música o conciencia:
no sé si es ola sola o ser profundo
o sólo ronca voz o deslumbrante
suposición de peces y navios.
El hecho es que hasta cuando estoy dormido
de algún modo magnético circulo
en la universidad del oleaje..."

Neruda.
Besos, y no te asustes si te digo que te estoy queriendo.

Marcelo Munch dijo...

Abuelo Lindolfo miraba y decía nada. Tenía ojos cansados y quietos, y se quedaba sentado mirando al horizonte por horas, al viento por horas, a su mar. Amaba a su mar, cuando una ola madre se escuchaba de lejos, cuando una brisa extraviada se colaba por entre las rendijas, o entraba por alguna puerta entreabierta de la casa de Tía Mirta, Abuelo Lindolfo como que despertaba y el llamado le besaba la piel, una brisa de años con aroma salino, una brisa lejana de rancio lobo marino que alguna vez fue de él mismo en esos años duros de pobre que nunca le fueron buenos. Entonces Abuelo Lindolfo entrelazaba sus manos de manera invisible sobre su tosco bastón de madero, con sus gruesos y partidos dedos de pescador chilote, y miraba de lejos, y se dejaba recordar, y era su viento el que estaba ahí, era su viento el que lo llamaba otra vez, “súbete a mí otra vez Lindolfo”, le decía, “súbete a mí otra vez, vamos a buscar a Cai - Cai, vamos tras Camahueto que lo oí rugir”, y Abuelo Lindolfo entrelazaba sus manos con sus dedos partidos, y levantaba de apenas su tosco madero mirando de lejos sus mejores años.
Tía Mirta haciendo milcaos se le acerca, “¿tiene frío Abuelo?”, pero Abuelo Lindolfo no alcanza a decir nada, y le cierran la puerta dejando a la brisa afuera. Entonces Abuelo Lindolfo se esconde en su ventana de lejos. Yo lo miro a Abuelo, él no me ve, está navegando otra vez.
Supongo que está sobre su viejo bote a vela, ese que tantas historias me han dicho que tenía. Supongo que alzó el sacho y está recorriendo isla por isla, y los hombres le saludan y no le hablan porque no hace falta. Supongo que Abuelo comparte dos palabras en cada isla, y en la de Apiao le confirman que este año hubo pocas papas, “mucha quila salió, llovió mucho de corrío”, le responden, y abuelo lo sabe, los ratones cuando está alta la quila, proliferan y crecen grandes como perros y no dejan nada, por eso tanta gente se embarca a la marcha. Supongo que Abuelo Lindolfo calla, Abuelo es pescador, y no se va. Supongo que Abuelo Lindolfo nunca ha tenido memoria, y sigue viviendo aquellos días como un hoy.
Tía Mirta prepara mate en silencio y todos tomamos de él sin decir gracias para volver a tomar. Comemos milcaos brillantes y transparentes como deben ser, y preguntamos por la barca de Anselmo.
- No, si va a venir el hombre, el miércoles se viene...
Y una pausa larga como a coro se sucede.
- Y las maderas no estaban listas, la próxima semana hay que volver...
Y otra pausa aún más larga se sucede después.
Ya es hora de la luz fuerte, Tía Mirta y doña Estela lo hacen saber sin decir ni una palabra.
- Anda a echar a partir el motor - le dice duro don Aliro a Sergito, y todos nos quedamos en silencio esperando, esperando que se haga la luz. Algo de atardecer aún se cuela apenas entre los cristales, el viento sigue bailando y se ven balancearse los prados en su compás de a lo lejos.
- Está alta la quila - dice Abuelo Lindolfo.
Y nadie dijo nada más.//


Un pequeño fragmento mío de "Quila", de un lugar que me cobijó, y en el cual nunca he dejado dormir.

Con cariños inmensos Daniela.

Marcelo

José Bustos Barra dijo...

Yo conozco a la Graciela Huinao..hemos estado tomandonos una cervecita...tengo algunos de sus libros de poemas y relatos...es buena poeta y mejor persona...saludos para la dominica más austral del mundo...

pepe